Todo comienza con un pequeño pinchazo. Después, toman el control de tu vida. Un viaje hacia el centro de la epidemia de los esteroides anabólicos.
Por: Alex Moshakis
Fotografías: Dan McAlister
En su momento más poderoso, los bíceps de Alec Wilson medían un pie y medio de circunferencia y sus cuádriceps tenían cada uno tres manos de ancho. En un buen día, podía levantar 212 kilogramos de peso muerto, el equivalente a un león y 158 kilogramos en una pesa de banco, no lejos del doble de su propio peso. En los instantes antes de levantar un peso todopoderoso, lanzaría un áspero gruñido desde su estómago que atravesaría su garganta, causando un shock a su cuerpo para provocar la producción de adrenalina. Otros hombres sabían que había llegado al gimnasio. Podían escucharlo rugir.
Fue a mediados de 2012. Wilson tenía 36 años. No era un fisicoculturista profesional, como otros hombres que conocía, ni un hombre fuerte, el tipo cuyo trabajo consiste en sacudir rocas o remolcar camiones. Ni siquiera era el hombre más fuerte en su gimnasio, pero estaba cerca de serlo. Era un académico con un par de títulos en ciencia. La mayoría de los días, su oficina era un laboratorio. Y sin embargo, su entrenamiento se había vuelto implacable. Casi cada noche, tan pronto como su hijo más pequeño se había ido a la cama, se dirigiría a la sala de pesas local, levantaría fuertemente y hablaría con otros hombres grandes, muchos de los cuales se habían convertido en sus amigos cercanos. A menudo sentía que podía hacerlo durante toda la noche. Levantar. Hablar. Levantar. Hablar. “Me quedaba hasta que me echaban del lugar”, me confesó. “Y a la noche siguiente estaba de regreso”.
Wilson y yo nos conocimos en un bar en el centro de Birmingham, no muy lejos de donde vive. (Su nombre ha sido cambiado aquí, por solicitud suya). De manera instantánea, él me dio la impresión de ser una especie de contradicción. Midiendo cinco pies con 10 pulgadas no es alto, pero se ve grande. Sus hombros son anchos y su cuello es grueso. Los músculos de su espalda eran prominentes debajo de su camisa y su pecho parecía un barril de whisky. De muchas formas era lo suficientemente grande para hacerme sentir como un niño pequeño. Y no obstante, en ocasiones hablaba con una voz tan baja que me costaba trabajo entender lo que decía y, la primera vez que nos presentamos, su mano derecha temblaba. Era una mañana de lunes en marzo y el bar estaba tranquilo, salvo por algunos comensales tempraneros, pero más de una vez me encontré acercándome para poder escuchar lo que me decía.
Cerca del inicio de nuestra conversación, Wilson me dijo que no siempre había sido tan grande. Hasta 2014, había tenido problemas para levantar cualquier cosa cercana a su récord de 212 kilogramos. Había entrenado durante años, pero su poder se había estancado y se había frustrado. Durante las sesiones en el gimnasio, él y otros solían discutir la técnica, nutrición y anatomía humana –en ocasiones una nueva noticia o información podía llevar a tener una ganancia. Pero también hablaban acerca de los esteroides, cuyo uso se volvía cada vez más común. Los hombres revelarían los compuestos que utilizaban y en qué cantidades, cambiando a un lenguaje semimédico con frecuencia para que a los externos les costara trabajo entender. Cuando mezclaban compuestos –proceso llamado stacking (apilado)– compartían su experiencia, contestando a las preguntas de los demás. ¿Qué fue lo que sentiste? ¿Cuáles fueron los efectos secundarios que sufriste? ¿Qué harías de manera diferente la próxima vez? Casi cada semana alguien reportaría una ventaja o desventaja diferente: rápida ganancia de músculo, aumento en la presión arterial, una sensación de claridad mental absoluta, ronchas.
Wilson estaba orgulloso del hecho de que estaba al tanto de estas conversaciones. “Verse absorbido por esta cultura no era fácil”, me dijo. “Realmente tenías que ganarte el respeto. Si esperabas tu turno, dejabas que los hombres grandes pasaran primero, conocían tu lugar dentro del orden de la jerarquía y obtenías tu sitio. Y una vez que estabas dentro de ese círculo, eras absorbido por él”. Más tarde agregó: “Se volvió parte de mi identidad, yo era parte de este grupo”.
Pronto comenzó a experimentar con otros compuestos, incrementando las dosis lentamente para superar la aclimatación de su cuerpo.
Pronto, Wilson decidió utilizar esteroides también. Un amigo le recomendó enantato de testosterona –una sustancia que steroid.com, un sitio que proporciona información acerca de los diferentes tipos de esteroides (y cómo utilizarlos), describe como “probablemente el esteroide anabólico más comúnmente utilizado de todos los tiempos”– y le proporcionó frascos de 10 ml. Conseguía las jeringas en una clínica a dos ciudades de distancia, donde nadie lo reconocería y comenzó a inyectarse 500 mg una vez por semana en su baño, asegurándose de permanecer sin ser visto.
Cuando el abasto de su amigo se terminó, encontró una farmacia en Serbia, donde los esteroides podían ser comprados en el mostrador y en línea, y ordenó testosterona de grado farmacéutico. Pronto comenzó a experimentar con otros compuestos, incrementando las dosis lentamente para superar la aclimatación de su cuerpo. En un punto, para contrarrestar los efectos del severo dolor de articulaciones, comenzó a utilizar pequeñas dosis de decanoato de nandrolona, un esteroide anabólico conocido entre los usuarios como “deca”, el cual es recetado en ocasiones para combatir la osteoporosis y es utilizado durante el tratamiento contra el cáncer de mama.
En semanas, los músculos de Wilson se inflaron y, a pesar de que aumentó cerca de siete kilos de peso, su grasa corporal de desplomó. En el bar, me mostró un par de fotografías en su teléfono. Estaba de pie en la luz cetrina de su cocina. Su cabeza estaba afeitada y era difícil determinar dónde terminaban los músculos de su espalda y dónde comenzaban los del cuello. Ya que había casi nada entre su piel y sus músculos, sus venas eran más visibles, y podías distinguir las estrías en su pecho.
Wilson comenzó a levantar pesas más pesadas. Antes, cuando había intentado lograr grandes ganancias, su cuerpo se había resistido. Pero ahora se sentía más fuerte, más motivado y más capaz de recuperarse después de una sesión agotadora. Por las mañanas tenía un almacenamiento de energía que usualmente duraba todo el día. Más tarde, notó un gran surgimiento de autoestima, no únicamente en el gimnasio, sino también en el trabajo y en casa. Aunque los problemas no desaparecieron del todo, de pronto se volvieron más fáciles de resolver. “Me volví mucho más claro en mis pensamientos”, me dijo. “Me volví mucho más feliz conmigo”.
Los ciclos de esteroides duran típicamente 10 semanas. Para mitigar sus efectos dañinos, incluyendo un “apagón”, donde el cuerpo deja de producir testosterona de forma natural, los usuarios deben someterse a un proceso de terapia postciclo (PCT, post-cycle therapy), cuyo objetivo es regular los procesos orgánicos del cuerpo. Pero el PCT es difícil y no siempre es exitoso.
Aquellos que terminan ciclos se quejan de tener letargia severa, lagrimeo, bajo impulso sexual, depresión profunda y oscura. “Te sientes como un hombre pequeño”, un usuario me dijo. “Pierdes el 25 por ciento de tu peso. La mayoría de las personas no lo notaría. Todo está dentro de tu cabeza. Pero piensas que la ropa se cae de tu cuerpo”. (Wilson se refirió a este estado como “la regresión”). Otro usuario me dijo que, durante el PCT, “sólo quieres que alguien te abrace”. Cuando discutimos la pérdida de libido del hombre dijo que “podía haber tres mujeres rebotando desnudas sobre un trampolín frente a ti y todo lo que se te antojaría sería beber una taza de té”.
Wilson había escuchado historias similares, y le pareció que la idea de dejar los esteroides era inquietante, así que no lo hizo. “Ese primer ciclo duró cuatro años”, me dijo. Fue un período del cual cosechó una especie de destrucción física. Sus rodillas, alguna vez fuertes, se volvieron frágiles y le dolían cuando caminaba. Su hombro derecho sufrió daños similares. “Ya que tu fuerza y musculatura aumentan tan rápido”, dijo, “tus tendones y articulaciones no pueden mantener el ritmo”. Su cuerpo era incapaz de aguantar los músculos que había construido de forma antinatural, causando “daño físico, el cual voy a sufrir por el resto de mi vida”. Durante una visita a su médico general, un mensaje incluso más urgente surgió. “Mi doctor dijo: ‘Si continúas por el camino por el que vas, no verás a tu hijo crecer. Vas a tener una apoplejía. Tendrás un infarto. Algo te sucederá dentro de los próximos cinco años’”.
Wilson era consciente de los riesgos mientras utilizaba las sustancias. “A menudo tenía pensamientos fugaces acerca del tema”, dijo. “Pero quizá fui lo suficientemente arrogante para pensar que podría mitigar los efectos”. Más tarde, insinuó una mayor comprensión de la profundidad de su experiencia. “Algunos hombres van al bar y nunca salen”, me dijo. “Yo iba al gimnasio”.
Los usuarios comienzan cuando son jóvenes, a menudo a principios de sus 20 y en ocasiones, no se detienen nunca.
Hace un par de décadas, los esteroides estaban ligados casi exclusivamente con el mundo del levantamiento de pesas de competencia y el estigma relacionado con esto era implacable. Para los no iniciados, los usuarios eran grandes, temerarios y se enojaban fácilmente. Mientras más grande fuera un hombre, más probable era que de pronto explotara como un petardo. Sin importar si eras un padre devoto, una persona que eternamente hace el bien o un encanto, frío como una piedra, con el corazón del tamaño de un balón de fútbol americano, no podías escapar del empañamiento social. Tu temperamento era sometido a escrutinio, tus músculos eran considerados impíos. Estabas bajo el efecto.
Ya no es así. Los fisicoculturistas aún son vistos sospechosamente –es generalmente aceptado que, fuera de los Juegos Olímpicos, los competidores utilicen alguna especie de sustancia para mejorar su rendimiento. Pero los hombres grandes no son ya los únicos consumidores de drogas. En enero, The Guardian reportó que casi un millón de británicos se inyectan o toman esteroides por razones estéticas, sin embargo el número es difícil de determinar con precisión y los expertos en la línea frontal del problema –investigadores, doctores, conferencistas, incluyendo a muchas personas con quienes hablé– sugirieron que el número podría ser mucho más alto. Los usuarios comienzan cuando son jóvenes, a menudo a principios de sus 20 y en ocasiones, no se detienen nunca. La mayoría evita la interacción con los profesionales de la salud, una práctica común en toda la comunidad, incluso cuando sus cuerpos comienzan a fallar. Los investigadores que tienen la esperanza de identificar de manera precisa las cifras de usuarios pronto se encuentran con un problema engañoso: ¿Cómo te acercas a las personas que no quieren ser encontradas?
En cualquier caso, la mayoría de los usuarios son personas consideradas por la sociedad como relativamente ordinarias. Son hombres jóvenes con la intención de moldear su físico; hombres de mediana edad bajo presión para poder rendir en el trabajo y en la casa. Pensionados que ansían las experiencias sin preocupaciones de su juventud. Se inyectan en secreto, aunque no siempre es así. Un entrenador personal que conozco me dijo que el uso de esteroides era tan frecuente en los gimnasios donde trabaja que el personal considera necesario equipar los espacios comunes con botes para tirar jeringas. “Veo que las personas se inyectan cosas”, dijo, “¡aquí, en el vestidor!”.
El uso es especialmente común entre los hombres. En un estudio reciente, 40 por ciento de los participantes eran hombres: abogados, banqueros, policías, estudiantes y al menos hay un caso reportado de un clérigo. Los esteroides han irrumpido en las salas de juntas y se han infiltrado en las iglesias, roto las puertas de los juzgados e invadido los salones de clases. Los hombres se abastecen de amigos en quienes confían, de traficantes sin escrúpulos o de sitios web que prometen entregas en 48 horas y hacen un negocio paralelo, ofreciendo medicamentos que sólo se venden con receta y que contrarrestan varios efectos secundarios. Accutane, para el acné; Xanax, para la ansiedad. El jefe médico de Gales, el Dr. Frank Atherton, describe el uso de esteroides como “un problema creciente” y, al igual que otros expertos en medicina con quienes hablé, considera que el aumento significativo tiene sus raíces en la estética, una posición compartida por los medios: “Tan sólo necesitas echar un vistazo alrededor para darte cuenta por qué los hombres desean tener cuerpos que se vean mejor”. Rick Collins, un abogado estadounidense que se especializa en casos de uso de esteroides, escribió en un correo electrónico: “Vivimos en una cultura que está absolutamente obsesionada con la apariencia. Somos juzgados por cómo nos vemos diariamente. Así que, cuando lucimos de la mejor manera posible, nos sentimos con más confianza. ¿Están tratando los usuarios de esteroides de impresionarse a sí mismos o de impresionar a otros? Ambas cosas, por supuesto”.
Pero en muchas formas, las motivaciones son mucho más profundas. A un usuario mayor podría no importarle tanto la forma en la cual la testosterona lo ayuda a llenar una playera, sino la forma en que es capaz de reponer sus niveles de energía. (A los 75 años, tener la capacidad de hacer tanto ejercicio que su cuerpo se moldee y se vuelva musculoso es, muy a menudo, un efecto secundario bienvenido). Cuando las articulaciones de un hombre de mediana edad comienzan a doler y su libido se desploma, su pelo se vuelve más delgado y su panza se expande, podría recurrir a la testosterona sintética o contrarrestar los niveles de su cuerpo que se agotan de forma natural: no para verse genial en traje de baño, sino para experimentar la sensación ensoñadora de ser joven otra vez, para volver a ser, una vez más, el hombre que fue.
Los hombres jóvenes, como lo atestiguarán sus padres, son más complicados. “Si observas las teorías generales, te dirán que tiene que ver con Snapchat, Facebook, Instagram, la experiencia de las redes sociales”. Tony Knox, un estudiante de doctorado en el departamento de Ciencia del Deporte de la Universidad de Birmingham, me comentó: “Todos quieren verse bien. Todos quieren impresionar. Estos chicos quieren ser capaces de presumirse ante los demás. Pero pienso que es mucho más profundo que eso. Pienso que existen razones subyacentes. Pienso que muchos de estos jóvenes que están utilizando estas dosis súper fisiológicas de testosterona –son profundamente inseguros. No conocen su lugar en la vida”.
Knox y yo hablábamos en un restaurante en el centro de Birmingham, donde la música explotaba a niveles demasiado altos. Knox ha pasado la mayor parte de la década investigando el uso de los esteroides y los daños que causan, primero con el intercambio de agujas, ahora a través de su doctorado. Él habla con usuarios todas las semanas –hombres y mujeres que recluta en los gimnasios alrededor del país– obteniendo su confianza gracias, en parte, a la forma en que luce: parte superior grande, suficientes músculos de contracción rápida, como los de alguien que entrena. Continuó a pesar de la música.
“Tenemos tantas variaciones diferentes de género ahora que estos chicos no saben dónde situarse”, dijo. “Así que se colocan en algo que es ridículamente masculino, en lugar de ser inherentemente masculino. Cuando yo era un niño…” –Knox actualmente está en sus 40– “…no había ambigüedad, ni confusión. No necesitabas ser rudo. No tenías que lucir de cierta manera. Tan sólo entrabas al rol masculino y lo hacías. Pero no es fácil para los chicos actualmente. Es mucho más difícil para ellos definirse como hombres. Para algunos de ellos, los esteroides son un medio para lograrlo”.
Al día siguiente, Knox me llevó al gimnasio donde recluta regularmente. Se extiende a lo largo de dos pisos superiores de lo que fue alguna vez un edificio de oficinas. Enormes y elaboradas pinturas de los miembros más musculosos del gimnasio cubren las paredes y las ventanas, de piso a techo; ofrecen a quienes pasan por fuera, destellos de lo que pueden encontrar dentro. Gran parte del espacio fue destinada a las pesas libres y máquinas para hacer músculo. Un área pequeña estaba equipada con corredoras y elípticas. Esa permanecía casi vacía.
Knox me presentó a un entrenador personal que había usado y dejado los esteroides durante más de una década. Le pedí que me explicara cómo es la experiencia con los esteroides. “Te sientes más fuerte”, dijo. “Sientes que puedes mantener la cabeza más alto. Estás en el gimnasio y lo estás empujando. Quieres tener mucho más sexo. Después los dejas y es como…” titubeó, después terminó el pensamiento. “Te sientes como si fueras menos hombre”.
El primer lote de testosterona sintética fue creado en 1935 y el experimento fue considerado un descubrimiento científico.
Los hombres han deseado sentirse más como hombres, lo que sea que esa noción implique, durante miles de años. Y, en ocasiones, los esteroides fueron capaces de ayudarlos a lograrlo. En la Grecia antigua, los atletas olímpicos comían testículos de oveja antes de las competencias, ingiriendo testosterona secundaria. Encontraron que aumentaba el vigor y la fuerza muscular, a pesar de que no estaban seguros de la razón. Esto sucedía cuando la fuerza de verdad importaba. Muchos juegos olímpicos antiguos eran brutales. No todos los competidores salían vivos de la arena.
De cualquier forma, los esteroides como los conocemos hoy en día no fueron desarrollados sino hasta los años treinta. El primer lote de testosterona sintética fue creado en 1935 y el experimento fue considerado un descubrimiento científico. (Sus fabricantes, el alemán Adolf Butenandt y el suizo-croata Leopold Ružička, ganaron el Premio Nobel de Química en 1939). Pronto, los hombres inyectaban la hormona a otros hombres. Usualmente los que la recibían eran atletas, primero en la Unión Soviética y después en los Estados Unidos. Más tarde se desarrolló una especie de competencia de brazos atléticos entre las dos naciones, una que se volvió emblemática de sus tensiones políticas. ¿Quién podía correr más rápido, levantar más peso y lanzar más lejos? ¿Quién podía llegar ahí primero?
La mejora de rendimiento dentro de los deportes profesionales estaba prohibida en los años setenta, cuando las pruebas de antidoping se volvieron lo suficientemente buenas (a pesar de que su uso entre atletas pagados permaneció). Pero para ese punto, los esteroides ya habían entrado a lo popular y establecido. Los atletas aficionados comenzaron a conseguir testosterona en los estados donde la distribución era aún legal. La mayoría eran fisicoculturistas, levantadores de pesas –hombres grandes con buenas razones para desear poder extra. Pero después llegó a los gimnasios. Y ahí es donde nos encontramos actualmente.

Cameron Jeffrey dirige una clínica de esteroides en la costa oeste de Escocia. Un escocés en sus 40 con músculos colosales que ha pasado una década trabajando con usuarios de esteroides. En un punto durante su carrera hizo una gira por todo el Reino Unido para asesorar a la gente acerca de las mejores prácticas para el intercambio de agujas utilizadas específicamente para esteroides. Pero durante los últimos años, se ha dedicado a su propio proyecto, una clínica ambulatoria, no lejos de donde creció, en una comunidad donde el uso de esteroides está incrementando. (Me pide que cambie su nombre para no traicionar la confianza de aquellos a quienes asesora). Sus pacientes incluyen abogados, doctores y miembros de la fuerza policíaca. Casi todas las personas a quienes ve son profesionales y sus edades varían. Ha visto a hombres tan jóvenes como 21 años, sin embargo, rechazará a cualquier persona más joven que eso. Cada tanto, tratará a un pensionado en sus 70.
Jeffrey me dijo que dirige la clínica de manera informal, con eso se refiere a que considera que es en parte centro médico y en parte club social. Mientras que otras clínicas ofrecen servicios formales, la de Jeffrey aprovecha la esencia de un gimnasio independiente. Los usuarios llegan buscando dirección y se quedan para tomar café y platicar. Pero la mayoría llega cuando está en un ciclo para que Jeffrey los supervise o administre sus inyecciones, lo cual realiza en una habitación sin ventanas, pequeña y estéril, al fondo del edificio. Me dijeron que debía esperar un carrusel de usuarios. “Estarían entrando y saliendo todo el día”.
Cuando llegué, Jeffrey y un par de hombres en sus 20 estaban sentados en la barra, riendo fuertemente. Pronto, uno de los hombres se fue de la clínica y Jeffrey y el otro hombre se disculparon y fueron hacia el fondo, donde Jeffrey preparó 500 mg de testosterona. Las risas continuaron a lo largo del procedimiento, el cual duró menos de cinco minutos. El joven hombre partió en cuanto terminaron y Jeffrey caminó hacia un área común separada para reunirse conmigo.
“¿Escuchaste lo que dijo?”, preguntó. Sacudí la cabeza en señal de negación. “El niño grande”, dijo Jeffrey. “Estaba pidiendo más. Y tuve que decirle que no. No tiene caso. Es inútil. Su cuerpo tan sólo puede aceptar cierta cantidad”.
Le pregunté por qué el hombre pensaba que tomar más era mejor.
“Piensan que significa obtener ganancia”, dijo. “Pero no es así. No saben lo que están haciendo. No saben cuál podría ser el impacto. No saben cómo utilizarlos de manera adecuada. Tienen ganancia en un ciclo –grandes ganancias– y después lo hacen otra vez, más, más, más, pensando que está bien. Y no lo está”.
Cuando hablé con Atherton, el jefe médico galés, me dijo que uno de sus trabajos más importantes es la difusión de información. “Existen beneficios para individuos que utilizan estas drogas, en términos de su imagen y rendimiento”, dijo. Pero “las personas deben iniciar en estas cosas con los ojos muy abiertos”. Escuché historias de atrofia testicular, de hipertensión, infartos y apoplejías, de hombres que dejaban los esteroides después de ciclos muy largos y a quienes se les decía que ya no podrían tener hijos. Atherton continuó: “Creo que una persona informada adecuadamente, que conoce los efectos secundarios y los riesgos y daños, probablemente elegiría mejorar su imagen corporal a través del trabajo duro y no por medio de una mejora química”.
Jeffrey hace eco de este sentimiento y, de manera similar a Atherton, se ve como una especie de consejero. Pasa la mayor parte de su día abogando por un uso responsable y repartiendo consejos: qué usar y cuánto, cuándo comenzar y cuándo parar, incluso información tan pragmática como la forma para utilizar una jeringa. En la medida en que se construye la confianza, los hombres se abren de maneras que no lo harían en otro lugar. “Es como un confesionario”, me dijo. “No pueden hablar con sus señoras o sus amigos, así que la gente viene aquí y te cuenta su vida. Lo dicen todo”.
Veinte minutos más tarde, un hombre mayor entró a la clínica, caminó hasta la máquina de bebidas, tranquilamente se preparó un café y se sentó en la barra. Jeffrey lo saludó cálidamente y comenzaron a platicar. Pronto, los dos caminaron hacia la parte trasera de la clínica. Una vez más, yo podía escuchar risas, aunque esta vez también escuché el suave tintineo de la hebilla de un cinturón. Jeffrey le administró 125 mg de testosterona al hombre en la parte baja de la espalda y, cinco minutos más tarde, se había ido.
“¿Cuántos años crees que tiene?”, Jeffrey me preguntó cuando volvió.
“60”, respondí.
“Más”.
“¿65?”.
“Vuelve a intentarlo”.
Dudosamente, ofrecí: “¿70?”.
“¡No está lejos de los 80!”, dijo Jeffrey.
Tenía un fuerte brillo en los ojos, como si hubiera obtenido una gran victoria. “Llegó aquí quejándose de sentir letargo. Estaba cansado. Había subido de peso. No quería salir de su casa, ni siquiera para pasear al perro”. Eso fue hace algunos años. Jeffrey le dijo que se hiciera análisis de sangre, los cuales revelaron niveles alarmantemente bajos de testosterona, incluso para la edad del hombre. Ha estado viniendo una vez cada 10 días desde entonces. “¡Y míralo ahora!”, exclamó Jeffrey. “La calidad de vida que tiene…”, dejó la frase incompleta, pero la inferencia era que el hombre estaba mejor: más vivo. “De hecho es bastante vascular”, dijo Jeffrey. “Tiene un buen cuerpo ahí debajo”.
Le pregunté por qué piensa que tantos hombres mayores tomaban esteroides. “Solía pasar que un hombre podía envejecer con gracia, incluso con algo de panza”, dijo. “Pero eso ya no está sucediendo. Y queremos vivir bien por más tiempo, lucir hermosos por más tiempo. Hemos aprendido cómo comer, cómo entrenar. Existe el bótox. Las cirugías de senos. Los esteroides son parte de eso”.
Más tarde ese día, Jeffrey me dijo que él usa esteroides “de vez en cuando”, y que le gusta compartir sus experiencias. Le pregunté qué sentía cuando estaba en un ciclo. “¿Recuerdas la sensación que tenías cuando tenías 17 años? ¿Cuando todo se sentía bien?”, asentí. “Eso es lo que se siente”.
Justo antes de irme, después de que alrededor de 10 usuarios habían llegado y partido, un hombre alto entró en la clínica y se dejó caer en una silla ubicada en una de las áreas comunes. Jeffrey caminó hasta él y lo miró detenidamente.
“Luces más grande”, le dijo. El hombre parecía dudoso. Jeffrey apuntó a sus hombros y a su cuello. “Aquí y aquí”, dijo. Y después, observando la preocupación del hombre, agregó: “De una buena manera”.
Una sonrisa se dibujó a lo largo de la cara del hombre. Se había separado de su esposa, me dijo Jeffrey, y estaba entrenando fuertemente para no pensar en eso. El uso de esteroides estaba destinado a ayudarle a navegar por el mundo de los solteros y parecía que estaban funcionando. Pronto, el par comenzó a discutir la sustancia de elección del hombre y debatieron acerca de la eficacia de su dosis actual. Jeffrey pecaba de cauteloso, posición que tiende a tomar y eventualmente ganó la batalla –el hombre cedió y se quedó con la misma dosis, a pesar de que parecía que la conversación no había terminado del todo.
Su humor, usualmente ligero y estable, se había vuelto sombrío. Sus colegas se dieron cuenta de que su carácter se amargaba.
Un día en abril, un tiempo después de habernos conocido, llamé a Alec Wilson. El último hombre a quien había visto en la clínica de Jeffrey me había recordado algo que Wilson me había dicho: que la motivación detrás del uso de esteroides no tiene que ver con la apariencia, con la fuerza, ni siquiera con el poder, sino más con una especie de agencia personal, una lucha por obtener el control de vuelta.
Algunos meses antes de comenzar un ciclo de cuatro años, Wilson se dio cuenta de que su matrimonio se venía abajo y entró en una depresión. Su humor, usualmente ligero y estable, se había vuelto sombrío. Sus colegas se dieron cuenta de que su carácter se amargaba. Al teléfono, Wilson me dijo que su “identidad se había fracturado. Ya no era el esposo trabajador, proveedor, cariñoso, el buen padre –todas las cosas a las cuales había aspirado ser. Sentía que la única cosa sobre la cual tenía control ahora era mi cuerpo”.
Otros usuarios dijeron cosas similares acerca de la restricción personal, de la autoposesión, de ser capaces de afectar la forma en que se ven, sienten y piensan, mientras que el mundo alrededor cambiaba de manera inexplicable o peor aún, se rompía completamente en pedazos.
“De alguna manera sentí que hacía lo correcto”, me dijo Wilson. “Ciertamente no me arrepiento de hacer lo que hice, porque me permitió recuperar una parte de mi identidad”. Wilson se separó de su esposa, pero los dos permanecieron como amigos y él goza de una buena relación con su hijo.
Hacia el final de nuestra conversación, le pregunté si volvería a utilizar esteroides. “Lo haría”, dijo sin titubear. Le pregunté cuáles serían los beneficios. “Niveles más altos de energía”, respondió. “Ahora tengo 42 años. Algunos días son difíciles”.
Traducción: Georgina Montes de Oca
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